
"Sometimes I go about in pity for myself,
and all the while,
a great wind carries me across the sky"
-Ojibwe saying
VIÑA DEL MAR, Chile (EUROLATINNEWS) - Estaba sentado sobre la arena contemplando silenciosamente como el sol recorría una curva perfecta que lo llevaba a la oscura sombra del horizonte. Era un ocaso otoñal; cuando el astro ígneo derroca a Poseidón y se hace amo y señor del océano, encendiéndolo sutilmente con sus fulgurantes rayos anaranjados. De forma menos impetuosa Helios solicita la venia respectiva a Urano, e ilumina el cielo de forma similar.
A mi derecha, a una distancia prudente, se encontraba una pareja que disfrutaba, entre besos y cariños, el mismo espectáculo que yo. Su amor se intensificaba con semejante atardecer; en una escena que solo podría ser fielmente representada por una pluma tintada de realismo mágico, o por medio de algún lenguaje divino que de momento no vislumbré.
Observando a los enamorados, de pronto me invadió un pensamiento ineludible; y mi soledad voluntaria se volvió dudosa, luego melancólica, finalizando en tristeza. Un haz de duda inexorable atravesó mi estado emocional; estado que había querido tener... o eso creía.
Comencé a reflexionar sobre la incomprensible estupidez humana: por un lado embobada y envenenada por la futilidad de la vida postmoderna; y por el otro, totalmente fuera de control de sus propios deseos. Al momento en que se tiene algo, se quiere lo contrario. Al instante en que satisfacemos un deseo, se desea lo otro, lo del otro, incluso La o Él de otro. El viejo aforismo que señala que el césped es más verde en jardín ajeno es popular tanto por su simpleza, como por su exactitud psicológica.
Terminé abruptamente mi reflexión, pero seguí cautivado con el amor de esa pareja; y ese aislamiento romántico en el que me encontraba me hizo sentir desamparado, abandonado. Quise tener todo lo que no tenía, deseé lo inalcanzable a mi ser, intenté pensar en aquello que todavía no se conceptualiza, e incluso ansié amar a una persona inexistente, solamente por la imposibilidad de que pudiera amarme de vuelta... de que pudiera ser amado. Quería estar en otro lugar, en otro tiempo, otro atardecer, otra vida; o, tal vez, en otro ser... otra entidad.
Entré en un tipo de trance, un état second ontológico, y comencé una conversación con mi alma:
- “Espíritu mío, ¿qué deseas? ¿El exilio? Podemos irnos a vivir a las afueras de Oporto, e ir un par de veces a la semana al puerto de la ciudad, observar las gaviotas, las estructuras de los edificios y sus colores, oler la brisa marina; y así recordar Valparaíso, para sentirnos más cerca de nuestro hogar. Quizá quieras divagar en el centro de París, vivir de forma austera, y buscar esa inspiración literaria que encontraron Cortázar y Henry Miller, vagando por alguna calle, algún pasaje, algún bar. ¿Acaso deseas la imprescriptible Bota? Podemos deambular por aquellas baldosas caleidoscópicas de Turín, donde Nietzsche forjó algunas de sus sublimes obras, y también, acaso, su locura. ¿Tal vez un recorrido pretérito por un sendero de 14 mil millones de años hasta ese candente plasma inicial?; para que en su vientre arquetípico se celebre nuestra boda alquímica, uniendo Ánima y Animus como una moneda de oro bifronte. O en último caso, viajar hacia la profundidad de los abismos de nuestro interior, de nuestra sombra, y cual volatinero aristotélico, encontrar el equilibrio perfecto de pulsiones; de deseos y ruinas, de Eros y Tánatos...“
- “Dime, ¡oh!, sustancia esencial, ¿qué es lo que quieres?”
Mi alma no respondía. Solo se escuchó el eco de mis pensamientos rebotando sin réplica.
- “Alma mía por favor, dime ¿qué es lo que necesitas?, ¿qué quieres de mí? ¿Te gustaría enamorarte e idiotizarte?, ¿escapar de la embriaguez del ciclo de los ciclos y desgarrarte hasta la inanición? ¿Quieres éxito, fama y dinero?; ¿acaso quieres estupidez y vacuidad? Pobre espíritu mío, ¿dónde estás? ¿Mi alma me ha abandonado, o solo me ignora con su aplastante indiferencia?“
No hubo respuesta alguna.
Salí de ese estado absorto. Respiré profundamente para controlar mi exaltación. El sol se había puesto; Urano y Poseidón volvieron a reinar. La oscuridad crepuscular de mi entorno era ínfima comparada a la penumbra espiritual que me laceraba el corazón. Penetraron por mis poros las frías ráfagas de viento que Bóreas exhalaba desde el norte, y que presagiaban la llegada de un invierno inescrutable. La pareja de enamorados ya se había ido, y solo me arropó con su melancólica compañía la soledad...
- “¿¡Dónde estás alma mía!?“ --Grité con un vertiginoso silencio.
Tal vez vendí mi espíritu, con la condición de no recordar aquella transacción. Quizá me rasgaron el corazón, y mi alma se despedazó con él, quedando inválida, muda, muerta. O probablemente alguien me la robó, y no me había dado cuenta. Ahora que no la tengo, la quiero. ¡La NECESITO!
Maldita estupidez humana...
- “Alma mía, fría y desvalida; somos como Ariadna y Teseo, unidos por un hilo incorruptible y eterno, sin color ni interpretaciones terrenales; no te dejaré sola, no me dejarás solo” --Me repetía una y otra vez hacia mi interior.
Quiero mi alma de vuelta, mi esencia, mi destino. Marcharé implacable e intempestivamente hasta el horizonte del cosmos, o de mi inconsciente; hasta encontrarte, hasta encontrarnos. No te abandonaré, no me abandonarás.
Quiero mi espíritu. ¡Lo quiero de vuelta! Lo encontraré.
¡¡Lo juro por Dios y por todas las otras cosas en que no creo!!
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