
VIÑA DEL MAR, Chile (EUROLATINNEWS) – Constantemente se piensa que los humanos de la prehistoria eran unos sucios, melenudos y machistas, gentes sin mundo interior, unos verdaderos salvajes cazadores, supersticiosos, que daban miedo y tenían odio a los de otras tribus.
Que manifestaban situaciones que van desde el rechazo (xenofobia), el desprecio y las amenazas, hasta las agresiones duras con otras tribus; unos torpes pintores, unos insensibles...
Eso es en gran parte lo que creemos saber sobre nuestros antepasados prehistóricos. Sin contar aberraciones más evidentes, como la convivencia con dinosaurios.
Parte de la culpa –se dice- la tienen quizá las películas, los libros, los videojuegos, la prensa y otros medios por los que llega al público general el conocimiento sobre nuestros ancestros.
Que en el sexo eran unas bestias desalmadas que trataban a la mujer como escoria, la delicadeza era absolutamente ajena a ellos, a veces más querían a los dinosaurios que a sus propias compañeras.
Con el tiempo las cosas se fueron arreglando; se les fue pasando lo bruto.
Todas sus acciones más gentiles, posteriormente, fueron las propias de la evolución o la de copiar enseñanzas –comentan los estudiosos- de otras civilizaciones más adelantadas en el “arte de amar”.
Sin embargo, existen compendios sobre ese arte mucho más antiguos.
Decenas de miles de años antes, los primeros Homo sapiens que llegaron a Europa durante el paleolítico ya conocían y practicaban infinidad de imaginativas posturas. Y plasmaron ese conocimiento en numerosos dibujos, grabados y tallados en cuevas, placas de piedra, huesos y objetos, que constituyen un verdadero kamasutra de la edad de las cavernas.
Esas imágenes evidenciaban los comportamientos sexuales de aquellos ancestros, tal vez, mucho más desinhibidos que los nuestros, desde besos y abrazos, hasta todo tipo de satisfacciones personales, en pareja o grupo.
Fueron conociendo el placer más allá de la reproducción humana, practicando y variando. Estos ejemplos están plasmado en cavernas y variados lugares donde escogieron para vivir.
Aunque se desconoce cuándo el sexo dejó de ser un acto exclusivamente orientado a la reproducción y se convirtió en acciones con cierto erotismo, puede concluirse que allí asomó el fenómeno sociológico; se cree que el cambio se produjo a lo largo de los 250.000 años del paleolítico superior.
Fue que en aquellos tiempos, en algún momento, nuestros ancestros empezaron a amar como lo hacemos hoy y a tener un comportamiento sexual cercano al actual.
“Hasta hace muy poco, la ciencia se había dedicado a estudiar el sexo únicamente desde el punto de vista de la estrategia evolutiva para la supervivencia, y había aparcado la vertiente social y placentera. También en este ámbito, durante mucho tiempo, ha habido tabúes”, explica Marcos García, coordinador de las cuevas prehistóricas de Cantabria, junto a Javier Angulo, coautor del libro Sexo en piedra (Ed. Luzán, 2005) y comisario de una reciente exposición con el mismo nombre en Atapuerca, Burgos, España.
"Aquellos Homo sapiens del paleolítico eran anatómica y cerebralmente iguales a nosotros, por lo que, seguramente, tendrían sexo como lo tenemos nosotros". Es más, añade Eudald Carbonell, "el sexo por placer ha sido un motor constante en la evolución del ser humano. Y ayuda a entendernos.
Es fundamental en el desarrollo y el comportamiento del Homo sapiens".
Algunas de las evidencias de las manifestaciones de la sexualidad de esa época se encuentran en pinturas rupestres y figuras talladas de genitales elaborados por los primeros seres humanos racionales.
¿Qué sabían del cuerpo humano?
Saber cómo vivieron y amaron nuestros antepasados en las cavernas es sumamente difícil porque no se conservan evidencias físicas.
De ahí que los científicos traten de recomponer el puzle de la prehistoria a través de los restos arqueológicos y del estudio del comportamiento sexual de otros animales parecidos a los humanos, como los primates.
Sin embargo, la prueba más antigua y mejor conservada del sexo prehistórico es el propio cuerpo. Hace cinco millones de años, nuestros ancestros comenzaron a diferenciarse de sus parientes más cercanos los primates; a los 3,5 millones de años, ya caminaban sobre dos piernas; a los 100.000, se parecían bastante a lo que somos nosotros, y, a los 26.000, sus cerebros eran exactamente los mismos que tenemos hoy en día. Que fueran tan parecidos a nosotros nos da pistas de cómo harían el amor.
Las imágenes halladas a lo largo de Europa en piedras, paredes, grabados y carbones así parecen demostrarlo. Datan del paleolítico superior, con una antigüedad de entre 40.000 y 10.000 años; proceden de las últimas sociedades cazadoras-recolectoras y son verdaderos documentos que permiten comprender cómo vivían y se relacionaban.
Las más antiguas tienen que ver con la parte más reproductora del sexo, como un mecanismo para mantener la especie. Hay grabados que muestran el proceso del parto, como el dibujo de tres vulvas, hallado en una cueva francesa, en el que se aprecia la línea de los labios superiores.
En el segundo de los dibujos, la línea está más abierta, y en el tercero, aparece una cabeza.
"Eso demuestra que ya conocían el proceso fisiológico del parto, desde la dilatación hasta el nacimiento del bebé en sí", explica Marcos García, coordinador de las cuevas prehistóricas de Cantabria.
La sexualidad en la prehistoria se vivía de forma totalmente desinhibida. Las imágenes que representan escenas eróticas, de cópula, de excitación, aparecen en lugares e instrumentos de uso cotidiano.
"No se escondían, como nosotros -alega García-. Aunque a menudo se suele representar a los cavernícolas agarrando a las mujeres del pelo y llevándolas hacia la cueva, lo cierto es que, a juzgar por los dibujos, la realidad dista de esa imagen.
En el fondo, copiaban a los animales; el sexo no era un secreto.
(*) Patricio BORLONE, investigador y escritor chileno.
EUROLATINNEWS
Copyright:
Estos artículos y su contenidos no puede ser utilizado sin el consentimiento de EUROLATINNEWS
|