
SAN JUAN DE PUERTO RICO (EUROLATINNEWS) - Intente imaginar un mar azul intenso con mil tonalidades, playas de un blanco cándido de arena finísima sembradas de palmeras de un verde intenso, suaves brisas de agradable frescor, y este nirvana combinado con el confort de un hotel de cinco estrellas y un restaurante de cinco tenedores.
Esta ha sido la experiencia sorprendentemente placentera de navegar por varias islas del Caribe a bordo de una de las naves de crucero de las muchas navieras que zarpan de Miami.
Siempre mantuve que los cruceros de placer por los mares del mundo eran experiencias para personas de una cierta edad, poco amantes de las sorpresas y acomodantes a la hora de ser un número más de un grupo gigantesco de turistas en forma de rebaño.
Es por ello por lo que, cuando, hace años, mi madre me pidío que le acompañase en un crucero por el Caribe, decidí investigar las ofertas en el mercado y le propuse el crucero de la Costa que zarpaba de Puerto Rico cada sabado.
Pense que al menos comeríamos bien, que ella disfrutaría de unas islas maravillosas en la época del año más agradable y que yo podría leer todos los libros que tengo reservados para las próximas vacaciones que nunca llegan. En especial me atrajeron dos factores. El primero, un itinerario que nos llevaría a recorrer tres importantes culturas representadas en este mar, la inglesa, la francesa y la española; y el segundo, un nave de solo 850 pasajeros, comparada con otras que sobrepasan el millar.
No me equivoqué, ambos factores jugaron un papel importante en el muy satisfactorio resultado de nuestra semana de navegación, y sobre todo para pasajeros como mi madre que no conoce estas tres culturas caribeñas.
Zarpar desde Puerto Rico, si se ha podido disfrutar de una jornada recorriendo San Juan, es el mejor aperitivo para una zambullida en la cultura hispana del Caribe.
La emoción al asomarse al Morro, mientras se imagina el tráfico marítimo de galeones llegados del Viejo Mundo y las batallas de hace quinientos años, observando a lo lejos el oleaje de los arrecifes de esa costa norte, no es de facil descripción. Visitar algunas de las mansiones nobles de la ciudad, o almorzar en una de las “tascas” que, con estilo español, han ido surgiendo en el Viejo San Juan es toda una experiencia íntima para los viajeros avidos de captar la cultura hispánica.
En ruta ya por las islas Vírgenes, la visita de St. Thomas y Tortola permite disfrutar de unos paisajes extraordinarios, tanto desde lo alto de sus montañas, con ese mar de azul intenso a lo lejos, como desde el mismo litoral, sembrado de playas a menudo desérticas donde gozar de un baño en sus cálidas aguas o una parrillada de pescado en alguno de los establecimientos locales siempre cercanos a cualquier playa.
El transporte en estas islas, muy acostumbradas a recibir grupos gigantescos cada semana, es realmente abundante. Taxis y minivans privados se paran frecuentemente ofreciendo sus servicios, cuyo precio es siempre negociable.
Conocida como la Bali H’ai del Caribe, St. Lucia es una de las Antillas orientales que más impresiona por su espectacular paisaje montañoso coronado por los dos Pitons, de casi el triple de altura que la Torre Eiffel, y su selva tropical bordeada hoy día por una nueva carretera asfaltada que permite su acceso de forma sencilla. Como la capital, Castries, no refleja la belleza de esta isla, es recomendable hacer una excursión de media jornada hasta Soufriere para almorzar o quedarse en Marigot Bay, y disfrutar de un baño en sus deliciosas aguas.
Las jornadas en contacto con la cultura de las Antillas francesas trascurren en Guadalupe y St. Martin, esta última compartida con cultura holandesa, y excesivamente comercial. Los devastadores efectos del un huracan en 1995 aún son evidentes y su naturaleza aún no se ha recuperado. Guadalupe, por el contrario, sigue tan bella como la mariposa que representa.
La recomendación es visitar el interior de la isla, en grupo o privadamente, y observar la combinación de paisajes y vegetación paradisiaca con nivel de vida francés/metropolitano, estos es, buenas autovías, gasolineras, pagar con tarjetas de crédito, etc. Uno de los atractivos de esta isla, junto con su hermana Martinique, es el poder comer cocina francesa acompañada por buenos vinos del mismo origen en cualquier pequeño bistro de la capital.
También el capítulo gastronómico a bordo es realmente el protagonista del crucero. La calidad y variedad de la oferta gastronomica en todas las naves de la Costa es grandísima, y la frecuencia y abundancia de manjares extraordinaria. Un equipo completo de chefs y cocineros a bordo cubren cada día todos los gustos posibles de un pasaje multiétnico e internacional. Durante siete días tuvimos la posibilidad de recorrer la gastronomía de varias regiones de Italia asi como originales recetas de gusto caribeño.
Cada noche se organiza una “cena temática” con un menú propio y con camareros disfrazados según el tema elegido, sin faltar la gran noche de disfraces o carnaval. Y si su cumpleaños coincide durante las fechas del crucero ellos le sorprenderan con una tarta con velas y le cantaran las felicitaciones. Todo en manos de un equipo de profesionales italianos que conocen mejor que nadie como conquistar los estómagos (además de los corazones) de cualquier viajero y con muchas ganas de agradar.
Quizás el servicio en cubierta, mientras se toma el sol o se baña en las piscinas (de agua salada), es un poco excesivo por la insistencia de las camareras en preguntar si quiere algo de beber.
Se puede elegir entre el servicio en el elegante restaurante principal o el informal buffete del Yatch Club. Además de los tres servicios normales, se ofrece a los pasajeros una merienda a media tarde, y a medianoche disponen, en un lugar diferente cada noche, un orignal buffet. A esto hay que anadir el servicio en cabina durante las 24 horas.
Los menus ofrecen tres opciones a elegir en cada plato, y añaden un menú saludable para quien quiere mantenerse en control con su dieta, cosa dificilísima con un programa gatronómico de este tipo.
Sol, mar y nuevas amistades al ritmo mágico de la música del Caribe. Estas últimas son el resultado más positivo de una experiencia en crucero, y con ellas, en muchos casos, se repite en futuras vacaciones en el mar, pues cuando se le toma el gusto, conocer mundo de este modo tan cómodo es de lo más agradable.
El apartado de espectaculos es entretenido y variado, sin caer nunca en la rutina. Las navieras cuentan con equipos internacionales que sabe mucho de show business, para que lleven a cabo un programa de entretenimiento. Dos bares, uno con pista de baile, y una discoteca ofrecen deliciosa música para acompañar los ratos de ocio a bordo.
Los juegos de azar son oferta segura en todo crucero, y aunque personalmente no me interesa, mi madre y otras muchas señoras disfrutaron de lo lindo con los juegos de mesa o las máquinas tragaperras. Subastas de arte diarias se realizan en uno de los salones de la nave, y las tiendas a bordo ofrecen lo mejor de la moda italiana a precios off duty.
El capítulo de las excursiones a tierra es uno de los más importantes de cualquier crucero, y este departamento se preocupa de tener la mayor cantidad de opciones posibles para ofrecer. El lema “De crucero con estilo” es totalmente cierto también en cuanto a la atención y preparación de cada excursión por parte del personal encargado.
La descripción de las actividades en tierra es exhaustiva y nadie se cansa de repetirla para que los pasajeros esten seguros de lo que van a encontrar en tierra. Día tras día, en el anfiteatro, se llevan a cabo presentaciones que ilustran las excursiones, y una grabación de estas explicaciones se transmite repetidamente por el canal de televisión interno de la nave.
Cada nave ofrece en cabina teléfono, hilo musical, seis canales de televisión, algunos vía satélite, cajafuerte, secador de pelo y doble voltaje (220/60 Hz - 110/60 Hz) para poder satisfacer a pasajeros de cualquier continente. El servicio es impecable, con un encargado de cabina durante los siete días dispuesto a satisfacer cualquier capricho o necesidad.
Y mientras el sol se pone, en esa hora magica del tramonto, el barco se prepara para zarpar rumbo al siguiente destino surcando unas aguas serenas que desearíamos volver a recorrer alguna vez.
(*) Cristina FERNÁNDEZ, periodista española, ciudadana del mundo, residente en Barcelona.
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