VIÑA DEL MAR, Chile, (EUROLATINNEWS) - En el Centenario de su nacimiento, Violeta Parra, patrimonio de Chile por siempre, luce en el recuerdo con la cadencia plena de matices y el perfume fresco y aromático de una flor violeta destacada entre la mullida alfombra de hojas verdes y acorazonadas del mundo poético-musical.
En sus numerosas composiciones podemos encontrar esos atisbos de filosofía, popular y profunda, que opaca con aquella simpleza a la de los grandes pensadores.
El ejemplo lo tenemos en “Gracias a la Vida”, un canto que va más allá de lo inmediato. Es el goce excelso por aquello, que el Dios de nuestras creencias nos ha otorgado a los humanos; la vida, captada por cinco canales diferentes que convergen en una mente receptiva. Es la gratitud de un hijo bien nacido.
No es menos interesante la historia de ese sacristán picarón, a quien todas las feligresas tratan de conquistar.
Resulta difícil creer que su cercanía con las imágenes santas, las salvarán del pecado de la carne.
Porque aunque no lo queramos, Violeta nos muestra que ya dejamos, hace mucho tiempo el jardín del Edén, y el dios con arco y flechas siempre estará presente haciéndonos jugarretas. Ello ocurre en “El Sacristán” conocida pieza de su autoría.
También nos muestra la historia trágica de una mujer, como sucede a muchas, cuyos amores deben partir, raudos, igual que nubes de primavera, a conocer otros rumbos, a vivir experiencias. En “Run-Run se fue pal Norte”, una sentida composición de Violeta, nos muestra el frecuente drama del hombre que sale a buscar fortuna y sólo encuentra desaliento.
Mientras un rostro lloroso y un corazón deshecho, aguarda, aguarda sin perder las esperanzas. Violeta hizo esta composición como una de las últimas creaciones inspirada en la pérdida de su gran amor, el francés Gilbert Fabre, quién emigró a Bolivia y allí encontró consuelo en otra esposa.
La edad del perfume, de la mocedad, “Volver a los Diecisiete”, la edad de los sueños, de las esperanzas, de cuando él o la joven están a punto de emprender el vuelo y la vida está colmada de proyectos.
Etapa inolvidable que al avanzar el tiempo y desde la distancia de los años, al recordarlo, nuestro pecho percibe el latir acelerado de los recuerdos.
En “Arranca, arranca la Pericona”, visualiza el amor en los brazos de un amante chilote que perseguirá a la mujer que le perturba la mente y el corazón, hasta por las boscosas barrancas sureñas chilenas.
Ella cantará con una guitarrilla recorriendo canales o bailando periconas.
No olvidando el néctar de la alegría, dentro de una damajuana escondida. Una curiosa asociación entre el ritmo y el personaje femenino, la Pericona, que dan origen a esta pieza musical conservando la picardía chilota, para quienes los sentimientos tienen la sensibilidad de lo natural, de lo cotidiano.
Cultivar la tierra es otro de los remedios para el mal de amor.
Ella, la Pacha Mama, quien nos brinda la sanación para el mal que nos quiebra el corazón, sólo basta hurgar en ella y encontraremos la paz y la tranquilidad para nuestro espíritu y la conformidad ante un desamor. Y siempre será así, hasta el final del trayecto, en que la tierra nos acogerá en su seno, como madre cariñosa, mientras nuestro espíritu inicia el camino hacia ámbitos desconocidos.
Esto lo encontramos en la tonada “La Jardinera” y las bellas flores que ayudarán en la tarea de sanación ante nuestras cuitas románticas.
Todo negro, casamiento, enfermedad, muerte. Color de duelo. Las esperanzas y desesperanzas de la idiosincrasia campesina, que sin embargo, al calor del rasgueo de una guitarra se hace más llevadero, y aflora aquello tan nuestro, levantarse de las cenizas y convertir el sino cruel y trágico de la raza oscura, en dulce canto para el espíritu. “Casamiento de Negros” tiene esa propiedad.
Escrita en estrofas donde el negro, como anáfora, se repite incansablemente, acompañado por una melodía pegajosa y acompasada, de acordes gratos, que nos mueve a convenir que sólo estamos de paso en este tránsito terreno
El refrán dice “de muestra un botón”. Aquí he mencionado siete botones de su gran producción. Dejando de lado muchos otros, tan emblemáticos como los antes aludidos. Dentro de las numerosas composiciones, debemos considerar a la poeta y a la cantautora.
Sin desconocer a la estudiosa persistente en el rescate melódico de temas inéditos, de autores desconocidos, de ritmos perdidos en el tiempo, y del uso de la guitarra a la manera campesina. Todo ello forma parte del folclore chileno desde los albores de nuestra vida independiente y más aún, desde el mestizaje. Su timbre de voz, inconfundible, particularmente cadencioso, potente y armonioso, identifica a la cantora. Mujer sencilla de nuestros campos, alegre y picarona, pasando también a ser un símbolo de chilenidad.
No podemos olvidar que esta pequeña y gran mujer folclorista, llevó aquel arte propio, de paseo a París y a otros importantes países del Viejo Continente, donde somos reconocidos por sus canciones que nos identifican como un país de selección, tanto que grandes orquestas han incorporado a su repertorio muchos de los temas aludidos.
También en ella encontramos a la artesana. Sus originales tapices nos muestran a la artista creadora de un mundo urbano y campestre a todo color, en aplicaciones tipo pachwork; dando vida a humildes arpilleras bordadas que sirvieron de soporte a su imaginación. También sus pinturas con inspiración infantil que han dado origen a una corriente pictórica en que prima el impacto del color y de la composición.
Hoy, muchas de ellas se encuentran en el Museo de Bellas Artes de Santiago y creo no equivocarme al decir que también están en el extranjero.
Fue mujer de raigambre campesina, pero de mente brillante y talentosa, al igual que sus hermanos y descendencia, marcando hitos en la cultura de Chile.
Su vida estuvo plena de aciertos y desaciertos. Sin embargo, al igual que nuestros dos premios Nobel, Pablo Neruda y Gabriela Mistral, a veces ignoramos que además de aquellas brillantes trayectorias, también fueron seres sujetos a las vicisitudes del día a día. Y a menudo olvidamos que estos genios del arte, también estuvieron prisioneros de los defectos y virtudes, inherentes a todo ser humano.
En esta pequeña semblanza he tratado de rescatar algunas impresiones de la gran Folclorista que fue Violeta Parra Sandoval, un crédito valioso y reconocido en el mundo entero. Ella vivirá por siempre dando “Gracias a la Vida”. Composición que se ha convertido en el himno de aquellos que nos sentimos orgullosos de nuestra tierra y sus costumbres, y más que nada, dando gracias a Dios por otorgarnos dones tan preciosos, como vida y salud.
CANTO A LO DIVINO
Entre sus muchas manifestaciones musicales, ella dio bastante importancia al rescate del conocimiento relacionado con el mundo del campo y las costumbres propias de sus gentes.
Tal fue el Canto a lo Divino, parte de nuestro pasado histórico costumbrista.
Esta inspiración poético-musical provocada por la muerte de un pequeño y de la actitud del grupo frente a la tragedia, es tema de una de sus más conocidas canciones, El Rin del Angelito.
Esta costumbre, cuyos inicios se pierden en los albores de nuestra historia, siempre mueven al sentimiento por la tragedia que ello encierra, perder un hijo casi recién nacido.
Hay poca información en el ambiente cotidiano, solamente se sabe que esta costumbre existió.
Sin embargo podemos encontrar un acabado estudio en un libro de la escritora chilena Marcela Orellana, que trata acerca del tema.
A fines del siglo XIX y comienzos del XX, la prensa de Santiago de Chile comentaba sobre esta costumbre, como una práctica hereje con caracteres de salvajismo, muy alejada de la iglesia y sus ritos.
Sin embargo, un estudioso, Casas Gaspar, nos relata que en España en las ciudades de Valencia, Murcia y Alicante, desde hace muchos siglos se practicaba este ceremonial ante la muerte de un infante.
Del origen hay escasa información. Sólo se sabe que al niño lo colocaban dentro de una pequeña urna, vestido de blanco, y adornado con flores y tules con hebras de plata y finalmente lo dejaban sobre la mesa del comedor.
Frente a la vivienda se disponían sillas y se iluminaba el frontis de la casa. Los asistentes tomaban algún refrigerio y se cantaba y bailaba hasta el amanecer, al ritmo de la guitarra y las castañuelas.
En la zona campesina de Chile Central esta costumbre del sentir colectivo ante la muerte de un pequeño, tuvo la misma connotación, pero con algunas variantes.
La ceremonia se realizaba dentro del rancho y al angelito lo sentaban en una sillita de mimbre, sobre la mesa del comedor y rodeado de flores.
A veces, hasta le colocaban alitas de utilería y lo vestían con un sayo blanco al estilo franciscano, picoteado a tijera en el borde de la falda. Incluso el rostro era retocado con algo de rubor para conseguir un aspecto angelical.
Luego, al compás de una guitarra se entonaban manifestaciones poéticas en las que el canto no estaba consagrado a la divinidad, ni a los padres, ni a los presentes, sino dirigido al fallecido, en su difícil tránsito de humano a espíritu divino.
También se bailaba una danza triste, sin pañuelo, ni zapateo y se organizaba una redondilla de cazuelas con pan amasado y vino o chicha de guarda.
Y así, durante dos noches, a la espera de los parientes lejanos, se adoraba al angelito.
De esta costumbre solo queda el recuerdo. Las autoridades sanitarias prohibieron estas prácticas.
Sin embargo, actualmente, en los campos chilenos e incluso en hogares con raigambre campesina, el difunto sea niño o adulto, se vela en casa por dos noches y sus respectivos días, a la espera de los parientes y amigos que acuden desde lejos a rendir los respetos a la familia y al difunto.
Curiosamente, el cuerpo del fallecido no exuda, gracias a un tiesto con agua fresca que se renueva dos veces al día. ¿Mito o realidad?.No lo se, pero funciona.
Por todo ello, no podemos dejar de agradecer el gran mérito de doña Violeta Parra Sandoval, estudiosa incansable del folclore chileno que con su “Rin del Angelito”, siempre nos recordará nuestras raíces hispanoamericanas.
* Ascensión Reyes: escritora chilena residente en Viña del Mar (Chile).
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